martes, 13 de enero de 2015

Una historia, una pasión

 
 



El tiempo pasa intemperante y me va hundiendo en un pesimismo absoluto, sumergiéndome en su abatimiento y desconcierto. Quisiera llorar, pero las lágrimas no acuden, solo un dolor penetrante y agudo, que como un punzón, penetraba en mi corazón mientras había una sola idea fija en mi mente: te fuiste muy de madrugada ¡tan contenta! dejándome empapado de tu existencia, embriagado de excitación y tú entusiasmo. 
¡Un escalofrío recorrió mi cuerpo..., completamente! Todo el frente de mi cara lo tenía pegado contra el cristal de la ventana de mi alcoba, miraba al vacío y sentía que mis piernas podían ceder y caerme al suelo. Consideraba, que mi vida no tenía sentido sin todas esas cosas que me has hecho sentir. Sin ti ¿cómo podría vivir? ¿Qué podría hacer?
Son las seis de la tarde y no llegabas, como llegabas cada día y algo me hace pensar que no vendrás..., noto un vacío alarmante. Tu móvil estaba desconectado, lo que hace todo muy sospechoso, premonitorio e indicador de mis peores presentimientos. Intento contener el dolor que esta perforando y resquebrajando mi pecho. Esto no es algo con lo que esperaba encontrarme y mi existencia se desvanece. Extendido en mi alcoba, boca abajo, sobre la moqueta que cubre el suelo, completamente rendido y agobiado; me recargo mentalmente y mando un mensaje telepático poniendo en juego toda esta sensación de llamada. 
Eran ya las tres de la madrugada, cuando mi teléfono suena. Si, era ella, Raquel. En un instante me regocije conmigo mismo y todo lo que valía la pena. Me pedía disculpas por su desaire, por su necesidad de poner a prueba esta relación tan arrolladora y desmedida. Que estaba hablando bajo las sabanas de su cama para que nadie la pudiera oír a esas horas tan inapropiadas. Reconocía que había sido injusta conmigo,  que algo que la perturbaba no la permitía dormir tranquilamente..., a mí, ya nada me importaba. Ahora estaba contento y hasta satisfecho, por toda esa manifestación extrasensorial que aquella noche había removido todos mis fundamentos y entusiasmos.
Así, es como pude vivir este pasaje, de una relación amorosa, más bien concupiscente y llena de voluptuosidad, sin prejuicios, como una condena en el peor de los infiernos por una entrega irracional. 
Volvió todo a una normalidad que nos equilibro de alguna manera y permitió seguir adelante como si nada hubiera pasado. Conocí, que las cosas que vivimos, a veces, hacemos por una mayor o una exagerada dependencia, lo que será un Infierno personal. 
 
Esteban Burgos