sábado, 22 de marzo de 2014

Viaje a las montañas de Vietnam, Lao Cai y Sapa



La aventura estuvo siempre presente, dado que encontrábamos en un lugar extraño por lo ajeno a los lugares de pertenencia, con tantos contrastes que nos es preciso un esfuerzo para situarte ahí, en esa amalgama de personas, tan discordes; los medios son precarios y anticuados, eso no tiene importancia porque venimos a eso, a mezclarnos y conocernos sabiendo que pertenecemos a culturas distintas. La verdad es que nuestra guía, Bela, una hermosa joven vietnamita, con un perfecto castellano nos facilita todo, nosotros solo tenemos que esperar sentados en una “Sala” y hacer tiempo, mirando a nuestro alrededor en esta Sala, muy bien condicionada con grandes sillas de madera lacradas en negro, todos los que nos encontramos somos turistas de diversas nacionalidades; me parece que la mayoría europeos, sobre todo franceses, etc.
Bela, que hace honor a su nombre, por su encanto y la confianza que nos infunde, nos llama, nos dice que ya vamos a embarcar. De pronto se produce una desbandada y una aglomeración incómoda, por el amontonamiento y la agitación que se produce, sale lo peor de nuestra condición humana con cierta moderación y contención pues la gente aquí es muy tolerante y afable. Oigo un chasquido e un contacto con una señora vietnamita pegada a mi, la pido perdón y miro lo que me roza la pierna y motivo del ¡crassss! en una bolsa azul de plástico transparente lleva todo tipo de viandas para el camino, lo que crujió fue una extensa tosta al estilo de una corteza muy fina y frágil, luego conocería que es un estilo de pan muy rico y crujiente lleno de especias y semillas de sésamo. Aquí, pocas cosas dejan de sorprenderte.
Poco a poco nos vamos haciendo hueco y moderando el ímpetu y acabamos por ir más cómodos pero sin perder el adjetivo de avanzar por encima de cualquier obstáculo. Llegamos al andén, y todo el frente lo ocupa un tren muy alargado de vagones. Bela, nos insta a seguirla y apremiándonos en la marcha, mientras exclama, ¡aquí es como en Inglaterra, por el medio de las vías! Sueñan las bocinas de trenes, te asustas, vemos las luces de las locomotoras que no sabes si avanzan o están a punto de hacerlo; ahora, la desbandada es total, cruzamos vías y vías con la preocupación lógica a ser atropellados por un tren, algunas de las locomotoras que mantienen sus luces potentes en el lado izquierdo nuestro nos deslumbran, parecen vibrar por el movimiento de los motores pero hay otras en el lado derecho en la misma práctica. Después de cruzar cinco o seis vías correspondientes con los andenes, casi al mismo nivel, nos dice Bela, este es nuestro tren, me doy cuenta del gran valor de llevar nuestra guía, nunca hubiera creído que fuera el último y al ser tan grandes los trenes haberle visto, ella nos llevo por el lugar adecuado y sólo caminábamos nosotros, lo que hacía más fácil el traslado.
Llegamos a nuestro vagón, a nuestras literas, dos de dos camas y pensábamos quienes podían ser los otros ocupantes, no serían conocidos, Bela iría en otro vagón, por crear cierta independencia supongo, nos decía como contactar en caso de necesidad en cada momento. El viaje nos prometieron que sería de siete horas y media, nada de eso acabó siendo de diez horas y media, no cabía en mi cabeza tamaño exceso y desproporción. No hubo ninguna explicación o accidente posible, así son las cosas de fáciles, el horario es muy aleatorio y se impone, al interés del usuario.
El compartimiento ofrece poco, aunque lo necesario, la suciedad esta enmascarada por la poca luz del ambiente pero perceptible, procuro no sugestionarme y amortiguar el choque, pero no puedo evitar la emanación de mugre y seboso efluvio que llega a mi olfato. Rosa me comenta, me da asco; ante esto nada puede hacerse sino evitar quedarte tarascado en esa idea. La animé a que lo intente superar y que no se envuelva mucho en la manta, una especie de edredón rosa con una espuma dentro y se ponga el chubasquero para evitar el contacto indeseado. Llegan las que serían nuestras compañeras de viaje, dos adolescentes vietnamitas, que se metieron en sus correspondientes literas, metiendo los paquetes a forma de cajas bajo las literas junto a los zapatos. Antes hicieron unas llamadas de móvil y se acostaron, mientras nosotros bajito aún seguíamos con nuestras apreciaciones del viaje y como serían las expectativas puestas en esta marcha hasta las Montañas del Norte de Vietnam y las poblaciones de Lao Cai y Sapa. Nada parecido a lo ocurrido, merece la pena todo ese viaje para llegar hasta este lugar montañoso y Reserva francesa para el descanso de sus oficiales durante la ocupación tratando de evadir el calor de la llanura.
Llegamos a Lao Caí, nos esperaba un chofer y su vehículo potente Toyota, Bela, nos dice, que para llegar a Sapa tenemos  todavía que circular durante una hora por carretera, más bien camino, la niebla lo cubre todo y nos amarga nuestras expectativas de ver los grandes paisajes de la montaña, las aldeas y extensiones de arrozales colgantes de ella cayendo sobre los valles. Llegamos a Sapa y fuimos a desayunar un desayuno muy vietnamita, desayunamos ligeramente, aunque Bela nos aconsejaba hacerlo fuerte, teníamos tres horas de marcha por las montañas para alcanzar las poblaciones locales y sus pobladores nativos de Sa Seng. La forma más usada de explorar los alrededores es haciendo trekking. Muchos aficionados a la aventura viajan hasta aquí con la intención de recorrer a pie los montes Hoàng Liên, cualquier camino y una brújula es suficiente nosotros llevamos a nuestra encantadora guía, que nos va describiendo todas la panorámicas y señalando lo más atractivo, vemos el valle de Muong Hoa donde se sitúan las aldeas étnicas de de los H’Mong Negro, algunas cosas las descubrimos nosotros mismos como el rudimentario molino, las minorías étnicas aparecen por todos los lados, con sus ofertas de artesanías y llegamos a un entente cordiale, sin dificultad, nos acompañaron un grupo de señoras bromistas y sonrientes hasta Sau Chua, entre fotos preguntas y cosas que poco podíamos entender pero que eran amistosas que nos traducía Bela, tenían que ver con su forma de hacer la artesanía, hacen del cáñamo un tejido que llevan en su vestimenta, para mi increíble, muy parecido al terciopelo, después de tratarlo con cera de abeja y alisarlo sobre una madera. Las minorías étnicas son el alma en las tierras altas de Sapa y el Vietnam de las montañas, apodados  por los franceses montagnards. Se dedican principalmente al cultivo del arroz y a fabricar sus propias ropas, para uso diario y su ajuar matrimonial, cosa que aquí es muy tradicional la gente se casa como media a los catorce años. Como el turismo lo invade todo, hacen en la entradas de las casas una exposición de su artesanía para la venta, nuestras acompañantes en sus capazos colgando en la espalda llevan otra muestra que tratan de vendernos, nosotros las pervertimos un poco más, acordando un dinero corto 10€ primero y luego Rosa otros 10€ más para las más persistentes, nos dijeron que era excesivo, pero en un mal precedente para que no nos molestarán en cuanto a vendernos algo, se sintieron satisfechas, lógicamente, para ellas era bastante. El paisaje que se abría a nuestros ojos, como la niebla remitía, era cada vez más fantástico y admirable con todos esos bancales descolgándose y en medio del camino sus casitas sencillas de madera y con cubierta de un prefabricado de cemento o chapa, rodeadas de leña cortada para su uso diario, los patos, las gallinas y sus polluelos, algún perro sumiso y domestico suelto inofensivos, se respira un sabor de sencillez y normalidad que agrada y gratifica el espíritu por una simplicidad envidiada.
El segundo día empezamos en Dzays y Ta Van y continuamos hasta la aldea Matra, el paisaje era muy bonito y grato aunque envuelto en una niebla persistente que le daba un aspecto impresionante por un lado y fantasmagórico por otro por todos los elementos que concurrían, poco a poco se fue despejando y volvimos a lo mismo aunque distinto aquí había menos turismo solo nos encontramos en el recorrido de cuatro horas una pareja con un guía y cuatro jóvenes con otro guía igualmente con los que cruzamos, porque venían en sentido contrario, intercambiando algunas impresiones, sobre todo Bela, que nos transfería lo dicho.
 
Entre las etnias más conocidas están: los Bahnar, los Dzao, los H’mong, los Jarai, los Muong, los Nung, los Sedang, los Thai, algunas tribus hablan la misma lengua pero diferente dialecto, desconfían tanto de los vietnamitas que me dice nuestra guía que no les interesa mucho el idioma vietnamita. Son tan diversos que cada uno de ellos ha llegado a desarrollar sus propias costumbres, ritos y creencias animistas y su propia vestimenta tradicional. Los H’mong son uno de los grupos étnicos mayoritarios y se encuentran sobre todo en la región de Sapa. Dentro de los H´mong hay varios grupos: los negros, los rojos, etc., pueden diferenciarse claramente por el color de su ropa. Las mujeres H’mong que acostumbran a unirse a los turistas de Sapa pertenecen al grupo de los H’mong negros. Y fue en compañía de esas mujeres, de entre treinta a cincuenta y nueve años que empezamos a descender por los caminos que discurren entre terrazas de arroz. Como a penas se cuidan parecen bastante avejentadas comparativamente a nosotros.
Las terrazas de arroz se plantan y se riegan en primavera, crecen en verano y se recogen al final del mismo. El color del paisaje depende de la estación del año en la que se visite. Antes de Marzo, incluso este no es quizás la mejor época..., mi experiencia es que no tenemos un tiempo favorable.
Con la llegada turística, sometemos a esta gente a cierto estrés por la facilidad de conseguir algún dinero, que les es necesario claramente, pero hace que cambie su forma de vida y abandonen sus antiguas costumbres en favor del negocio con los turistas, perdiendo esa impronta que las hace tan auténticas, amables y hospitalarias…, a mi me da pena dentro de una natural contradicción que me trae hasta aquí. Mi intención de llegar hasta aquí, principalmente, era disfrutar estos paisajes tan generosos modificados por la necesidad de estas gentes pero a la vez tan llenos de armonía y sentido común de aprovechar al máximo el legado territorial de sus antepasados, que ellos tienen muy en cuenta. También comprobar ese colorido y personal forma de vida, tradiciones y de valores poco contrastables en nuestra sociedad muy basada en lo económico, lo aparente de las modas y la actualidad circunstancial. En ellos se palpa la tranquilidad, la serenidad y la generosidad de compartir lo que tienen principalmente, su tiempo. Ante una pregunta mía pensando en su estado posible de frustración con nuestro contacto, me dijo mi guía, que les conoce muy bien: si les compras algo se ponen muy contentos, si no les compras se ponen tristes, pero no dejan de ser como son así de generosos, son gente sencilla. Por eso quise llegar a un trato, le dije que Rosa nunca compra nada, viene para conoceros, pero si yo comprase algo me mataría, señalando el gesto mafioso de cortar la garganta. Ante esto se echaron a reír y hacer comentarios con gestos jocosos, entonces disimuladamente, les pervertí más directamente, sin que me viera Rosa les di lo dicho, para todas, pero ellas me pedían que diera más a las otras, ahí ya no cedí, pero seguimos con la misma guisa.
Para acceder al recinto étnico hay que pagar 5000 Dong, moneda vietnamita para conservación del lugar y ayuda a los naturales de él. Una vez dentro, se puede caminar libremente y observar la forma de vida de sus habitantes, curioseando lo que se quiera, ellos son muy generosos en esto.
 
Esteban Burgos