La aventura estuvo siempre presente, dado que encontrábamos
en un lugar extraño por lo ajeno a los lugares de pertenencia, con tantos contrastes
que nos es preciso un esfuerzo para situarte ahí, en esa amalgama de personas,
tan discordes; los medios son precarios y anticuados, eso no tiene importancia
porque venimos a eso, a mezclarnos y conocernos sabiendo que pertenecemos a
culturas distintas. La verdad es que nuestra guía, Bela, una hermosa joven
vietnamita, con un perfecto castellano nos facilita todo, nosotros solo tenemos
que esperar sentados en una “Sala” y hacer tiempo, mirando a nuestro alrededor
en esta Sala, muy bien condicionada con grandes sillas de madera lacradas en
negro, todos los que nos encontramos somos turistas de diversas nacionalidades;
me parece que la mayoría europeos, sobre todo franceses, etc.
Bela, que hace honor a su nombre, por su encanto
y la confianza que nos infunde, nos llama, nos dice que ya vamos a embarcar. De
pronto se produce una desbandada y una aglomeración incómoda, por el amontonamiento
y la agitación que se produce, sale lo peor de nuestra condición humana con
cierta moderación y contención pues la gente aquí es muy tolerante y afable.
Oigo un chasquido e un contacto con una señora vietnamita pegada a mi, la pido
perdón y miro lo que me roza la pierna y motivo del ¡crassss! en una bolsa azul
de plástico transparente lleva todo tipo de viandas para el camino, lo que
crujió fue una extensa tosta al estilo de una corteza muy fina y frágil, luego conocería
que es un estilo de pan muy rico y crujiente lleno de especias y semillas de sésamo.
Aquí, pocas cosas dejan de sorprenderte.
Poco a poco nos vamos haciendo hueco y moderando
el ímpetu y acabamos por ir más cómodos pero sin perder el adjetivo de avanzar
por encima de cualquier obstáculo. Llegamos al andén, y todo el frente lo ocupa
un tren muy alargado de vagones. Bela, nos insta a seguirla y apremiándonos en
la marcha, mientras exclama, ¡aquí es como en Inglaterra, por el medio de las
vías! Sueñan las bocinas de trenes, te asustas, vemos las luces de las
locomotoras que no sabes si avanzan o están a punto de hacerlo; ahora, la
desbandada es total, cruzamos vías y vías con la preocupación lógica a ser
atropellados por un tren, algunas de las locomotoras que mantienen sus luces
potentes en el lado izquierdo nuestro nos deslumbran, parecen vibrar por el
movimiento de los motores pero hay otras en el lado derecho en la misma práctica.
Después de cruzar cinco o seis vías correspondientes con los andenes, casi al
mismo nivel, nos dice Bela, este es nuestro tren, me doy cuenta del gran valor
de llevar nuestra guía, nunca hubiera creído que fuera el último y al ser tan
grandes los trenes haberle visto, ella nos llevo por el lugar adecuado y sólo
caminábamos nosotros, lo que hacía más fácil el traslado.
Llegamos a nuestro vagón, a nuestras literas, dos
de dos camas y pensábamos quienes podían ser los otros ocupantes, no serían
conocidos, Bela iría en otro vagón, por crear cierta independencia supongo, nos
decía como contactar en caso de necesidad en cada momento. El viaje nos
prometieron que sería de siete horas y media, nada de eso acabó siendo de diez
horas y media, no cabía en mi cabeza tamaño exceso y desproporción. No hubo
ninguna explicación o accidente posible, así son las cosas de fáciles, el
horario es muy aleatorio y se impone, al interés del usuario.
El compartimiento ofrece poco, aunque lo
necesario, la suciedad esta enmascarada por la poca luz del ambiente pero perceptible,
procuro no sugestionarme y amortiguar el choque, pero no puedo evitar la
emanación de mugre y seboso efluvio que llega a mi olfato. Rosa me comenta, me
da asco; ante esto nada puede hacerse sino evitar quedarte tarascado en esa
idea. La animé a que lo intente superar y que no se envuelva mucho en la manta,
una especie de edredón rosa con una espuma dentro y se ponga el chubasquero
para evitar el contacto indeseado. Llegan las que serían nuestras compañeras de
viaje, dos adolescentes vietnamitas, que se metieron en sus correspondientes
literas, metiendo los paquetes a forma de cajas bajo las literas junto a los
zapatos. Antes hicieron unas llamadas de móvil y se acostaron, mientras
nosotros bajito aún seguíamos con nuestras apreciaciones del viaje y como
serían las expectativas puestas en esta marcha hasta las Montañas del Norte de
Vietnam y las poblaciones de Lao Cai y Sapa. Nada parecido a lo ocurrido,
merece la pena todo ese viaje para llegar hasta este lugar montañoso y Reserva
francesa para el descanso de sus oficiales durante la ocupación tratando de
evadir el calor de la llanura.
Llegamos a Lao Caí, nos esperaba un chofer y su
vehículo potente Toyota, Bela, nos dice, que para llegar a Sapa tenemos
todavía que circular durante una hora por carretera, más bien camino, la
niebla lo cubre todo y nos amarga nuestras expectativas de ver los grandes
paisajes de la montaña, las aldeas y extensiones de arrozales colgantes de ella
cayendo sobre los valles. Llegamos a Sapa y fuimos a desayunar un desayuno muy
vietnamita, desayunamos ligeramente, aunque Bela nos aconsejaba hacerlo fuerte,
teníamos tres horas de marcha por las montañas para alcanzar las poblaciones
locales y sus pobladores nativos de Sa Seng. La forma más usada de explorar los
alrededores es haciendo trekking. Muchos aficionados a la aventura viajan hasta
aquí con la intención de recorrer a pie los montes Hoàng Liên, cualquier camino
y una brújula es suficiente nosotros llevamos a nuestra encantadora guía, que
nos va describiendo todas la panorámicas y señalando lo más atractivo, vemos el
valle de Muong Hoa donde se sitúan las aldeas étnicas de de los H’Mong Negro,
algunas cosas las descubrimos nosotros mismos como el rudimentario molino, las
minorías étnicas aparecen por todos los lados, con sus ofertas de artesanías y
llegamos a un entente cordiale, sin dificultad, nos acompañaron un grupo de
señoras bromistas y sonrientes hasta Sau Chua, entre fotos preguntas y cosas
que poco podíamos entender pero que eran amistosas que nos traducía Bela, tenían
que ver con su forma de hacer la artesanía, hacen del cáñamo un tejido que
llevan en su vestimenta, para mi increíble, muy parecido al terciopelo, después
de tratarlo con cera de abeja y alisarlo sobre una madera. Las minorías étnicas
son el alma en las tierras altas de Sapa y el Vietnam de las montañas, apodados
por los franceses montagnards. Se dedican principalmente al cultivo del
arroz y a fabricar sus propias ropas, para uso diario y su ajuar matrimonial,
cosa que aquí es muy tradicional la gente se casa como media a los catorce
años. Como el turismo lo invade todo, hacen en la entradas de las casas una
exposición de su artesanía para la venta, nuestras acompañantes en sus capazos
colgando en la espalda llevan otra muestra que tratan de vendernos, nosotros
las pervertimos un poco más, acordando un dinero corto 10€ primero y luego Rosa
otros 10€ más para las más persistentes, nos dijeron que era excesivo, pero en
un mal precedente para que no nos molestarán en cuanto a vendernos algo, se
sintieron satisfechas, lógicamente, para ellas era bastante. El paisaje que se
abría a nuestros ojos, como la niebla remitía, era cada vez más fantástico y
admirable con todos esos bancales descolgándose y en medio del camino sus
casitas sencillas de madera y con cubierta de un prefabricado de cemento o
chapa, rodeadas de leña cortada para su uso diario, los patos, las gallinas y
sus polluelos, algún perro sumiso y domestico suelto inofensivos, se respira un
sabor de sencillez y normalidad que agrada y gratifica el espíritu por una simplicidad
envidiada.
El segundo día empezamos en Dzays y Ta Van y
continuamos hasta la aldea Matra, el paisaje era muy bonito y grato aunque
envuelto en una niebla persistente que le daba un aspecto impresionante por un
lado y fantasmagórico por otro por todos los elementos que concurrían, poco a
poco se fue despejando y volvimos a lo mismo aunque distinto aquí había menos
turismo solo nos encontramos en el recorrido de cuatro horas una pareja con un
guía y cuatro jóvenes con otro guía igualmente con los que cruzamos, porque venían
en sentido contrario, intercambiando algunas impresiones, sobre todo Bela, que
nos transfería lo dicho.
Entre las etnias más conocidas están: los Bahnar,
los Dzao, los H’mong, los Jarai, los Muong, los Nung, los Sedang, los Thai,
algunas tribus hablan la misma lengua pero diferente dialecto, desconfían tanto
de los vietnamitas que me dice nuestra guía que no les interesa mucho el idioma
vietnamita. Son tan diversos que cada uno de ellos ha llegado a desarrollar sus
propias costumbres, ritos y creencias animistas y su propia vestimenta
tradicional. Los H’mong son uno de los grupos étnicos mayoritarios y se
encuentran sobre todo en la región de Sapa. Dentro de los H´mong hay varios
grupos: los negros, los rojos, etc., pueden diferenciarse claramente por el
color de su ropa. Las mujeres H’mong que acostumbran a unirse a los turistas de
Sapa pertenecen al grupo de los H’mong negros. Y fue en compañía de esas
mujeres, de entre treinta a cincuenta y nueve años que empezamos a descender
por los caminos que discurren entre terrazas de arroz. Como a penas se cuidan
parecen bastante avejentadas comparativamente a nosotros.
Las terrazas de arroz se plantan y se riegan en
primavera, crecen en verano y se recogen al final del mismo. El color del
paisaje depende de la estación del año en la que se visite. Antes de Marzo,
incluso este no es quizás la mejor época..., mi experiencia es que no tenemos
un tiempo favorable.
Con la llegada turística, sometemos a esta gente a
cierto estrés por la facilidad de conseguir algún dinero, que les es necesario
claramente, pero hace que cambie su forma de vida y abandonen sus antiguas
costumbres en favor del negocio con los turistas, perdiendo esa impronta que
las hace tan auténticas, amables y hospitalarias…, a mi me da pena dentro de
una natural contradicción que me trae hasta aquí. Mi intención de llegar hasta
aquí, principalmente, era disfrutar estos paisajes tan generosos modificados
por la necesidad de estas gentes pero a la vez tan llenos de armonía y sentido
común de aprovechar al máximo el legado territorial de sus antepasados, que
ellos tienen muy en cuenta. También comprobar ese colorido y personal forma de
vida, tradiciones y de valores poco contrastables en nuestra sociedad muy
basada en lo económico, lo aparente de las modas y la actualidad circunstancial.
En ellos se palpa la tranquilidad, la serenidad y la generosidad de compartir
lo que tienen principalmente, su tiempo. Ante una pregunta mía pensando en su
estado posible de frustración con nuestro contacto, me dijo mi guía, que les
conoce muy bien: si les compras algo se ponen muy contentos, si no les compras
se ponen tristes, pero no dejan de ser como son así de generosos, son gente
sencilla. Por eso quise llegar a un trato, le dije que Rosa nunca compra nada,
viene para conoceros, pero si yo comprase algo me mataría, señalando el gesto
mafioso de cortar la garganta. Ante esto se echaron a reír y hacer comentarios
con gestos jocosos, entonces disimuladamente, les pervertí más directamente,
sin que me viera Rosa les di lo dicho, para todas, pero ellas me pedían que
diera más a las otras, ahí ya no cedí, pero seguimos con la misma guisa.
Para acceder al recinto étnico hay que pagar 5000
Dong, moneda vietnamita para conservación del lugar y ayuda a los naturales de él.
Una vez dentro, se puede caminar libremente y observar la forma de vida de sus
habitantes, curioseando lo que se quiera, ellos son muy generosos en esto.
Esteban Burgos