El
tiempo pasa intemperante y me va hundiendo en un pesimismo absoluto,
sumergiéndome en su abatimiento y desconcierto. Quisiera llorar, pero las lágrimas
no acuden, solo un dolor penetrante y agudo, que como un punzón, penetraba en
mi corazón mientras había una sola idea fija en mi mente: te fuiste muy de
madrugada ¡tan contenta! dejándome empapado de tu existencia, embriagado de
excitación y tú entusiasmo.
¡Un escalofrío
recorrió mi cuerpo..., completamente! Todo el frente de mi cara lo tenía pegado
contra el cristal de la ventana de mi alcoba, miraba al vacío y sentía que mis
piernas podían ceder y caerme al suelo. Consideraba, que mi vida no tenía sentido
sin todas esas cosas que me has hecho sentir. Sin ti ¿cómo podría vivir? ¿Qué podría
hacer?
Son las seis de la
tarde y no llegabas, como llegabas cada día y algo me hace pensar que no
vendrás..., noto un vacío alarmante. Tu móvil estaba desconectado, lo que hace
todo muy sospechoso, premonitorio e indicador de mis peores presentimientos.
Intento contener el dolor que esta perforando y resquebrajando mi pecho.
Esto no es algo con lo que esperaba encontrarme y mi existencia se desvanece.
Extendido en mi alcoba, boca abajo, sobre la moqueta que cubre el suelo,
completamente rendido y agobiado; me recargo mentalmente y mando un
mensaje telepático poniendo en juego toda esta sensación de llamada.
Eran ya las tres de
la madrugada, cuando mi teléfono suena. Si, era ella, Raquel. En un instante me
regocije conmigo mismo y todo lo que valía la pena. Me pedía disculpas por su
desaire, por su necesidad de poner a prueba esta relación tan arrolladora y
desmedida. Que estaba hablando bajo las sabanas de su cama para que nadie la
pudiera oír a esas horas tan inapropiadas. Reconocía que había sido injusta
conmigo, que algo que la perturbaba no la permitía dormir
tranquilamente..., a mí, ya nada me importaba. Ahora estaba contento y hasta
satisfecho, por toda esa manifestación extrasensorial que aquella noche había
removido todos mis fundamentos y entusiasmos.
Así, es como pude
vivir este pasaje, de una relación amorosa, más bien concupiscente y llena de
voluptuosidad, sin prejuicios, como una condena en el peor de los infiernos por
una entrega irracional.
Volvió todo a una
normalidad que nos equilibro de alguna manera y permitió seguir adelante como
si nada hubiera pasado. Conocí, que las cosas que vivimos, a veces, hacemos por
una mayor o una exagerada dependencia, lo que será un Infierno personal.
Esteban Burgos